domingo, 29 de septiembre de 2013

VIVE


Ahora que el otoño ha llegado, que los días van siendo más cortos y el frío ya está llamando de nuevo a nuestra puerta me paro a pensar, y aunque probablemente este no haya sido el mejor verano de mi vida, sí que ha sido el que más me ha hecho aprender. La vida es complicada porque la mayoría de las veces nos la complicamos nosotros. Nuestro cerebro puede ser un amigo o un enemigo fatal, y está haciéndonos jugadas continuamente. Incluso a veces adopta las personalidades opuestas sin que podamos evitarlo.

He aprendido que las personas van y vienen de tu vida, que hay que saber quién merece tu confianza y quién no, que los para siempre suelen convertirse  en un “para un tiempo”. Otra cosa que he aprendido, que estoy aprendiendo con el paso del tiempo, es que la soledad puede ser fecunda y que muchas, muchas veces la mayor soledad es estar acompañado, de manera que hay que hacerse amiga del cerebro, presentárselo al alma y con los dos como cómplices discurrir por la vida.

De la misma manera, me he dado cuenta de que la vida puede cambiarte en un instante con una simple decisión, que no es bueno acostumbrarse a nada y que no hay que obligar a nadie a permanecer en tu vida. Las cosas, las personas, los sentimientos cambian, pero lo que está destinado a ser, de una forma u otra, tarde o temprano lo será.

Tampoco pasa nada porque un día nos salga “torcido” y sintamos que el mundo nos ha abandonado, conforme nos hacemos adultos las transformaciones físicas se acompañan, sutilmente, de otras emocionales, no sé si porque esos cambios son sutiles o todo lo contrario, a veces nos pillan por sorpresa y suponen un traspiés, es el precio de obtener cierta “madurez”.

La compañía y la “presencia” de quienes nos quisieron y a quienes quisimos es fundamental. Mi abuela siempre está conmigo, no hay día en el que alguna ocasión me lo recuerde y, curiosamente, sin haberles conocido conscientemente, cada vez se hacen mayores las figuras de mi abuelo y mi tía. El contacto con sus papeles, el encuentro con parte de mi familia que tanto me ha hablado de ellos y la mirada de mi abuelo que creo haberla visto en el principio de mi vida.

Sé que muchas veces surge la necesidad imperiosa de tirar la toalla, pero con el tiempo me he ido dando cuenta de que, en esa situación hay que dejarse llevar…Caminar, leer, dormir, es como un aguacero que no se sabe cuánto va a durar. Sólo hay que mantener el paraguas abierto y esperar que pase.

Las noches son también malas consejeras la mayoría de las veces. En la oscuridad aparecen fantasmas que jamás lo harían a la luz del día. Últimamente tengo muchas rachas de esas, pero en vez de desesperarme, me levanto, busco algo en la tele que me atonte y no falla, me duermo.

Hay una frase de Tolstoi que procuro decir en voz alta cuando estoy sola y que me devuelve a la “vida”: No se trata de hacer lo que se quiere, hay que querer lo que se hace; y no es ninguna tontería.

Para acabar, sólo me gustaría decir que espero poner en práctica en esta nueva etapa de mi vida todo lo que en este tiempo he ido aprendiendo y, sobre todo, espero no equivocarme ni en cuanto a decisiones, ni en cuanto a personas.