Ahora que el otoño ha llegado, que los días van siendo más
cortos y el frío ya está llamando de nuevo a nuestra puerta me paro a pensar, y
aunque probablemente este no haya sido el mejor verano de mi vida, sí que ha
sido el que más me ha hecho aprender. La vida es complicada porque la mayoría
de las veces nos la complicamos nosotros. Nuestro cerebro puede ser un amigo o
un enemigo fatal, y está haciéndonos jugadas continuamente. Incluso a veces
adopta las personalidades opuestas sin que podamos evitarlo.
He aprendido que las personas van y vienen de tu vida, que
hay que saber quién merece tu confianza y quién no, que los para siempre suelen
convertirse en un “para un tiempo”. Otra
cosa que he aprendido, que estoy aprendiendo con el paso del tiempo, es que la
soledad puede ser fecunda y que muchas, muchas veces la mayor soledad es estar
acompañado, de manera que hay que hacerse amiga del cerebro, presentárselo al
alma y con los dos como cómplices discurrir por la vida.
De la misma manera, me he dado cuenta de que la vida puede
cambiarte en un instante con una simple decisión, que no es bueno acostumbrarse
a nada y que no hay que obligar a nadie a permanecer en tu vida. Las cosas, las
personas, los sentimientos cambian, pero lo que está destinado a ser, de una
forma u otra, tarde o temprano lo será.
Tampoco pasa nada porque un día nos salga “torcido” y
sintamos que el mundo nos ha abandonado, conforme nos hacemos adultos las
transformaciones físicas se acompañan, sutilmente, de otras emocionales, no sé
si porque esos cambios son sutiles o todo lo contrario, a veces nos pillan por
sorpresa y suponen un traspiés, es el precio de obtener cierta “madurez”.
La compañía y la “presencia” de quienes nos quisieron y a
quienes quisimos es fundamental. Mi abuela siempre está conmigo, no hay día en
el que alguna ocasión me lo recuerde y, curiosamente, sin haberles conocido
conscientemente, cada vez se hacen mayores las figuras de mi abuelo y mi tía.
El contacto con sus papeles, el encuentro con parte de mi familia que tanto me
ha hablado de ellos y la mirada de mi abuelo que creo haberla visto en el
principio de mi vida.
Sé que muchas veces surge la necesidad imperiosa de tirar la
toalla, pero con el tiempo me he ido dando cuenta de que, en esa situación hay
que dejarse llevar…Caminar, leer, dormir, es como un aguacero que no se sabe
cuánto va a durar. Sólo hay que mantener el paraguas abierto y esperar que
pase.
Las noches son también malas consejeras la mayoría de las
veces. En la oscuridad aparecen fantasmas que jamás lo harían a la luz del día.
Últimamente tengo muchas rachas de esas, pero en vez de desesperarme, me
levanto, busco algo en la tele que me atonte y no falla, me duermo.
Hay una frase de Tolstoi que procuro decir en voz alta
cuando estoy sola y que me devuelve a la “vida”: No se trata de hacer lo que se quiere, hay que querer lo que se hace;
y no es ninguna tontería.
Para acabar, sólo me gustaría decir que espero poner en
práctica en esta nueva etapa de mi vida todo lo que en este tiempo he ido
aprendiendo y, sobre todo, espero no equivocarme ni en cuanto a decisiones, ni
en cuanto a personas.