domingo, 24 de diciembre de 2017

Diciembre

Diciembre. Mes de vacaciones y de fiestas en familia. Casi todo el mundo adora estas fiestas. Las familias se juntan, los amigos se reúnen, las calles se llenan de gente feliz que carga grandes bolsas y paquetes. El ambiente cambia, e incluso cambia el olor en el aire: fragancias de dulces elaboraciones pasteleras invaden nuestro entorno. Todo suena tan bien, tan apetecible y deseable…y sin embargo, yo no siento lo mismo. Para mí diciembre es una tortura. Significa que a la vuelta de las “vacaciones” están los exámenes, una fuente de estrés y ansiedad constante en mi vida. No hay ni un solo día que no me pregunte ¿cuánto tiempo más voy a tener que pasar por esto? Y claro, eso me lleva a plantearme a mí misma qué hago estudiando la carrera que estoy estudiando. Nunca me ha gustado, ni me gusta, ni me gustará. Fue un plan z. Yo quería estudiar otra cosa, pero no pudo ser, y en lugar de dar un puñetazo en la mesa e imponer mis prioridades, decidí ser la niña buena y sumisa que siempre fui. Ahora me veo atrapada en una carrera que me roba años y, sobre todo, energía y casi ganas de vivir. A medida que se acercan los exámenes las noches en vela crecen, no por estudiar, sino porque no puedo dormir pensando en el fracaso y la decepción tan enorme que soy para mi familia. Las noches se hacen interminables acurrucada bajo las mantas, pugnando por no hacer ruido al llorar, ruido que pueda alertar a mis padres, no vaya a ser que se den cuenta de que estoy pasándolo tan mal que no puedo evitar llorar todas las noches hasta caer rendida de agotamiento para dormir unas pocas horas y empezar un nuevo día de tortura. La rutina me devora, y las ganas de que todo se acabe crecen. Lo intento, lucho, me caigo y me vuelvo a levantar. Un día, otro, otro más. Pero nunca se acaba, nunca llega el final del libro. No hay un “happy ending” en esta historia. Y dentro de esta vorágine me he tenido que convertir en una experta de la mentira y la pretensión. He tenido que aprender a esconder mis sentimientos y a aparentar prácticamente las 24 horas del día. No puedo hablar con nadie de mis sentimientos, de mis inquietudes ni de mis debilidades. No puedo defraudar más a nadie, ya he cometido demasiados errores en mi vida, errores que no puedo repetir y que tengo que enmendar. Tengo que ser la niña perfecta que mis padres conocieron, sin fallos ni deslices. Tengo que cumplir la promesa que le hice a mi abuela en mi último adiós, en ese momento en el que me quedé a solas con ella por última vez. Siento que vivo una vida que no es la mía, pero que es lo que tengo que hacer. Vivo la vida que alguien debía haber vivido, pero que se fue muy pronto. Lucho a diario por intentar cumplir su sueño, pero cada día que pasa estoy más perdida y más hundida en el fango. Intento salir y me hundo más. El problema es que llevo haciendo esto tantos años que ya no sé cómo salir, no sé quién soy, no sé qué quiero hacer y a diario dudo si merece la pena todo este esfuerzo. Nadie me ha obligado a hacer lo que estoy haciendo, pero siento que es lo que debo hacer, aunque me haga pedazos por dentro. Siento que no tengo derecho a pegar un puñetazo en la mesa y expresar lo que pienso y siento, que no puedo ser egoísta y desagradecida, porque sin las muchas oportunidades que se me han dado no estaría en ninguna parte. Desde muy pequeña se me contó la verdad sobre mis orígenes, y mi personalidad se forjó en torno a esa verdad. La gente dice que siempre es mejor saber la verdad. Yo no estoy para nada segura. Hay ciertos temas que son demasiado delicados como para ver las cosas claras. “¿Sería más feliz si no lo supiera?” “¿Me habría enterado más adelante?” De haberme enterado “¿me habría enfadado que no se me hubiese dicho la verdad desde el principio?” Nunca lo sabré. Lo que sí sé es que me gustaría saberlo todo, no la mayoría. Pero no puedo escarbar ahora, no puedo investigar. Sería una niñata desagradecida y egoísta que sólo conseguiría hacer daño a su familia. Eso no me lo puedo permitir. Las dudas se quedarán sin resolver hasta que yo me quede sola. Los sentimientos y los miedos se quedarán atascados en mi pecho y en mi alma hasta que pueda gritarlos al mundo, cuando ya no me quede nadie a quien decepcionar. Siento que soy un fracaso y una decepción para mi familia y la gente que me rodea. Intento hacer las cosas lo mejor posible para que se sientan orgullosos de mí, pero no consigo hacer nada bien. Me afecta incluso decepcionar a gente que no es tan cercana. Vivo para los demás y no para mí. No sé cómo cambiar, no sé cómo pedir ayuda, ni cómo conseguir expresar lo que siento. Hace tanto tiempo que vivo así que me he perdido en este maremágnum de mentiras y ocultaciones. Ocultar mis sentimientos es lo único que sé hacer bien, lo cual sólo hace que me sienta incluso peor. Llorar hasta quedarme dormida, acurrucarme en la cama abrazada a un cojín, sentarme en el suelo bien metida en una esquina de la habitación, abrazarme las rodillas contra el pecho mientras me siento apoyada contra la pared…mi vida se reduce a eso. Hay días en los que el frío me revitaliza, me llena los pulmones y hace que sienta un dolor físico que consigue sacarme de mi atribulado mundo y me abre parcialmente los ojos. Mi vida es una mierda. Apenas tengo a nadie, y la poca gente que queda a mi alrededor se va marchando poco a poco, dejándome sola. No los culpo. ¿Quién quiere estar con una persona como yo? Parece que estoy pagando todas las atrocidades y maldades que cometí en otra vida. Supongo que lo merezco. Sé que he tocado fondo, así que supongo que ahora sólo queda salir poco a poco. Dolerá, será difícil, estaré sola y lucharé muchísimo más de lo que he luchado en toda mi vida. No sé si seré capaz de hacerlo, quizás me fallen las fuerzas. Intentaré cambiar y hacer que todos estén orgullosos de mí, pero no puedo garantizar que la historia tenga un final feliz. El carrusel no deja de girar, no puedes bajarte…¿o sí?