lunes, 28 de marzo de 2016

EL ÁRBOL DE LOS AMIGOS


Tengo la firme creencia de que en la vida existen personas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino. Algunas recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, secando nuestras lágrimas en los momentos difíciles y riéndose a carcajadas en nuestros mejores momentos. Otras apenas las vemos entre un paso y otro, se difuminan, desaparecen, o simplemente nunca llegan. Son nuestros amigos, y hay muchas clases, casi tantas como hojas tiene un árbol. Tal vez cada hoja de ese árbol caracteriza a cada uno de nuestros amigos. Los primeros que nacen del brote son nuestros amigos papá y mamá, que nos muestran la vida, en qué consiste y qué conlleva. Después vienen los amigos hermanos, con quienes compartimos nuestro espacio para que puedan crecer y florecer como nosotros. Conocemos así a toda la familia de hojas, a quienes respetamos, amamos y deseamos lo mejor bajo cualquier circunstancia. Sin embargo, el destino nos presenta a otros amigos, personas que no sabíamos que estaban destinadas a cruzarse con nosotros y cambiarnos la vida para siempre. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, amigos del corazón. Son sinceros, son verdaderos, son pesados, pero son los que saben cuándo no estamos bien y hacen todo lo posible por sacarnos una sonrisa y hacernos el trago más llevadero. Ellos mejor que nadie saben lo que nos hace feliz. Y, a veces, uno de esos amigos del alma nos roba y estalla en nuestro corazón, y entonces ese amigo se convierte en un amigo enamorado. Éste es especial, da brillo a nuestros ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies. Sin embargo, también hay amigos que lo son por un tiempo, tal vez unas vacaciones, o unos días, o unas horas. Ellos son los que suelen colocar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca. Y hablando de distancias, no podemos olvidar a los amigos distantes o lejanos, aquellos que se encuentran en la punta de las ramas y que, cuando el viento sopla, siempre aparecen entre una hoja y otra.
No obstante, el tiempo pasa, el verano se va, el otoño hace su entrada y con él perdemos algunas de nuestras hojas. Algunas nacen en otro verano, otras permanecen por muchas estaciones. Sin embargo, lo que nos hace más felices es el hecho de que las que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría y vitalidad. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.

Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad, simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única y siempre deja un poco de sí y se lleva un pedacito de nosotros. Seguro que alguno se llevará mucho, pero ninguno se irá sin dejar nada. Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario