sábado, 30 de abril de 2016

Me quedé con las ganas

Me he quedado toda la vida con las ganas, y ahora no sé qué hacer con ellas. Me quedé con las ganas de saber si besabas tan bien como quitabas el sueño, si tu boca sabía al final de la guerra. Me quedé con las ganas de quitarte la ropa y vestirte el cuerpo con las manos. Y nunca supe si el invierno no es tan cruel contigo a mi lado, pero sobre todo me quedé con las ganas de que me tuvieses ganas, de que despertases con miedo a no despertar conmigo. Me quedé con las ganas de comprobar si en el amor no siempre se muere, si hay vida después de decir "te quiero".

sábado, 9 de abril de 2016

Aprende a regalar tu ausencia a quien no valore tu presencia

¿Qué me pasa? Sinceramente…no lo sé. No sé por qué estoy así, no sé por qué me está pasando esto. Mi vida sigue igual que siempre, ¿no? No hay ningún cambio significativo, no me ha pasado nada en los últimos meses que haya podido desencadenar todo esto. Me preguntan: “¿Qué sientes? ¿Qué se te pasa por la cabeza?” Me paro, pienso…y mi respuesta, entre lágrimas, es “No lo sé”. “Venga, seguro que lo sabes”. De verdad que me encantaría saberlo, así sería todo mucho más fácil. Después de tantos y tantos años reprimiendo y ocultando mis sentimientos ya no sé ni lo que siento, no sé poner nombre a lo que siento y no soy capaz de desentrañar el misterio que hay en mi mente, el “monstruito” que me está haciendo caer en una oscuridad que creí que nunca volvería a ver. Tengo que contestar algo, y lo más fácil es “Estoy cansada”. Y en realidad lo estoy. Me he dado cuenta de que es cierto en el mismo momento en que las palabras salían de mi boca, y eso ha provocado que empiece a hablar sin control, al mismo tiempo que las lágrimas salen a borbotones de mis ojos. “Estoy cansada de luchar sola, estoy cansada de tener que estar siempre bien para que los demás estén bien, estoy cansada de tener que fingir siempre que mi vida es un camino de rosas, estoy cansada de tener que ocultar cómo estoy para no preocupar a la gente que me rodea, estoy cansada de anteponer los sentimientos de los demás a los míos, estoy cansada de dar y no recibir, estoy cansada de estar ahí para todos y que no haya nadie para mí cuando lo necesito, estoy cansada de intentar ser la mujer perfecta que todos necesitan para sentirse bien”. Ha sido una buena retahíla. Pero la cosa no queda ahí. “Me ahogo en esta jaula dorada en la que vivo, aunque para ser una jaula dorada he pasado por muchos momentos difíciles. Ha sido una jaula dorada un poco especial. Nunca me ha faltado de nada, he tenido todo lo que necesitaba y también he tenido algún pequeño capricho. No obstante, he pasado por muchas cosas, por muchas situaciones que nadie conoce. Cuando vives en una jaula dorada parece que no puedes estar mal, tienes todo y más. No puedes estar triste, no puedes tener un mal día, no puedes estar de bajón, no puedes sentirte sola, no puedes…hay muchas cosas que “no te puedes permitir”. La gente te dice que eres una desagradecida, una niñata, una caprichosa, una llorona, que eres débil, que eres una niña mimada, que no piensas en nadie más que en ti misma, que eres egoísta y ególatra. ¿Qué sabrán ellos lo que pasa en mi jaula?”. El problema es que cuando lo único que oyes es eso, llega un momento en que te lo acabas creyendo. Otra de las frases que más pueden llegar a doler, incluso si es dicha con buena intención es el famoso “Tú puedes con todo, puedes con esto y con mucho más”. Son palabras de aliento, de ánimo, pero hay veces que no necesitas oír eso. A veces oír eso lo único que hace es que te sientas mal contigo misma y que sigas adelante con todo el peso de lo que llevas encima. A veces no quiero palabras de ánimo, a veces sólo quiero que alguien me diga “Es hora de parar”, a veces sólo necesito una taza de chocolate caliente, un abrazo que dure minutos, una llamada telefónica sin palabras, que la gente que me quiere me diga que no hay monstruos debajo de la cama, que después de la noche viene el día, una tarde tapada completamente con una manta, un simple “estoy contigo”, una copa de vino…a veces sólo necesito un poco de comprensión. Quizás sea un tanto cínico por mi parte decir que nunca me lo han dicho, pues la verdad es que siempre hay alguien que te lo dice. El problema es que cuando estás metida en la espiral, en el bucle, no haces caso, ignoras todo lo que te dicen, no ves que estás mal y hasta te molesta que te digan la verdad, que te digan que no estás bien y que necesitas ayuda. “¿Yo, ayuda? ¿Has perdido la cabeza? Yo no necesito ayuda, yo soy la que ayuda, la que siempre está al pie del cañón. ¿Cómo te atreves ni siquiera a insinuar que no estoy bien?” Es en ese preciso momento cuando algo en tu mente se “rompe”. Sabes que tienen razón, pero no quieres que sea cierto. Te empeñas en seguir adelante, en ser esa roca a la que todos se aferran, esa boya en mitad del océano, te empeñas en no dejarte tirar, en luchar y luchar en solitario, que nadie se dé cuenta de que estás mal. Te empeñas en ocultar todo lo que está pasando, reprimes tus sentimientos y aprietas los puños, te muerdes los labios, masticas chicle a todas horas…cada uno tiene sus “recursos”. Finges que todo está bien, aunque por dentro estás hecha pedazos. Finges una sonrisa y tratas de solucionar todos los problemas de la gente que te rodea dejando los tuyos de lado, como si poniendo distancia se fuesen a solucionar solos. Finges una sonrisa, te maquillas más de lo habitual, te pones unos tacones y te sueltas el pelo en un burdo intento por engañar a la gente que te rodea e incluso a ti misma. Intentas ser diligente y eficiente, que nadie tenga nada que criticar porque entonces sabes que no podrás controlarte, se abrirá la caja de Pandora y al que esté cerca le salpicará. Arderá Troya, no podrás parar en muchísimo tiempo. Cuando la gente no te conoce prefiere esta versión de ti: trabajas más, ayudas más a los que te rodean, haces todo rozando la perfección. No hay nada que puedan criticar. Y así una se va metiendo más y más en el pozo, y lo único que ve es una interminable escalada para salir. Cuando esa escalada es demasiado grande te planteas si realmente merece la pena luchar por salir. Y es entonces cuando la gente que tienes alrededor se da cuenta de lo mal que estás, y es entonces cuando hace el primer intento de ayudarte, pero sin mucha convicción. Parece que no quieren complicarse la vida, y lo entiendo. Lo que no entiendo es por qué yo lo hago desde el primer momento en que veo que la gente necesita esa mano, ese toquecito en el hombro, esa taza de chocolate caliente, esa copa de vino, esa llamada telefónica sin palabras. Tal vez sea el momento de abrir los ojos, de empezar a ver las cosas desde otra perspectiva, de ver quién se merece realmente tu ayuda. En ocasiones lo mejor que podemos hacer, la mejor actitud que podemos tomar es la de protegernos de ese tipo de relaciones que acaban deteriorando y mermando nuestra autoestima y nuestra salud emocional. Quizás sea el momento de “aprender a regalar tu ausencia a quien no valora tu presencia”.