Que llueva, que llueva... ¿Quién
dice que la lluvia es un engorro? Es la forma de lavar el mundo, de limpiar
todo. ¿Quién dice que la lluvia es deprimente? Es una ayuda extra para limpiar
nuestros errores, nuestras conciencias, nuestros corazones. ¿Quién se queja por
tener que quedarse en casa? Es la mejor oportunidad de pasar tiempo con la
familia y los amigos, esas personas tan importantes que dejamos de lado en un
irrefrenable torbellino por convertirnos en algo mejor que el vecino. Por todo
esto, y por muchísimas más cosas yo canto: que llueva, que llueva...y si tiene
que ser que nieve, que nieve también me vale porque la nieve tiene un efecto
calmante sobre el alma y el espíritu como nada más en este mundo tiene. ¿Por qué
no dejamos de quejarnos y aprovechamos para hacer todas esas cosas que no
hacemos en nuestra ajetreada vida? La verdad es que el calorcito de la
cafetería, el ronroneo de la máquina de café y las gotas golpeteando los
cristales me han inducido a un estado filosófico del que debería empezar a
salir. Las clases me llaman, y yo remoloneo a la hora de abandonar mi pequeña
burbuja en la que todo es cálido y agradable, en donde los malos pensamientos y
las malas sensaciones no tienen permitida la entrada. Que llueva, que llueva…yo
me voy a clase.
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