martes, 17 de marzo de 2015
¿El exceso de actividad nos mantiene vivos?
Hoy ha sido uno de esos días de no parar, de darte cuenta de que es la hora de comer porque te lo recuerdan tus tripas, en un desairado rugido de furia en un imperioso intento de llamar tu atención. He pasado la mañana entre microscopios, preparaciones, diagnósticos de casos patológicos...en un fascinante mundo de imágenes de afecciones patológicas. También he pasado la mañana sumergida en el no tan fascinante mundo de la microbiología, un desesperante mundo en el que nunca encuentras lo que buscas (al menos hoy, ha sido una mañana muy poco productiva en este sentido), pero de lo más entretenido. ¿Me gusta por el hecho de ser una especie de puzzle gigante al que le faltan piezas? Pues la verdad es que no tengo ni idea. Lo único que sé con total certeza es que hoy me siento más viva y animada que nunca, hago lo que me gusta y me gusta lo que hago. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien, a pesar de haber tenido un día de lo más movidito. ¿Soy tan especial que no soy feliz a menos que esté al borde de un ataque de ansiedad? Bueno, no será para tanto, que luego me decís que soy una exagerada, y con toda la razón del mundo. Uno no se estresa cuando aprende a ver la belleza de las cosas, le gusten o no. Siempre hay algo que brilla con luz propia, sólo hay que aprender a distinguir la belleza de la banalidad. El buen tiempo y el calor también animan, por supuesto. No es lo mismo levantarse y ver el sol que levantarse en una oscuridad propiamente nocturna. También supone un aporte extra de energía llegar a casa cuando todavía es de día. La oscuridad nos hace letárgicos y consigue que nos olvidemos de la belleza del mundo. Aprovechemos estos días de buen tiempo para cargar nuestras energías y, sobre todo, para llenarnos de vida, pero eso no basta. Lo más importante de todo es aprender a dosificar esa vitalidad, esa energía y esa euforia para poder sacarla cuando lo que nos rodea no invita al jolgorio y la algarabía. Disfrutad del sol, y aprended a dosificar lo bueno de la vida, que nunca se sabe cuando nos puede hacer falta.
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