Después de varios meses desaparecida en combate por los exámenes finales he vuelto. Os había dicho que estaba trabajando en un proyecto que me hacía mucha ilusión y que me había costado mucho decidirme a hacerlo. Al final he tenido que aparcarlo a medio camino y dejarlo para la próxima ocasión. Los exámenes han vuelto a ser mi prioridad en los últimos meses y ciertamente he acertado al aparcar todos los demás proyectos y actividades que ocupaban mi tiempo. Este año estaba en la cuerda floja, estaba a punto de perder mi oportunidad de convertirme en una futura antropóloga forense y no podía permitir que esa oportunidad se me escapase de entre los dedos. Muchos días sentía la casi imperiosa necesidad de tirar la toalla, pero una nueva fuerza interna y un nuevo nivel de determinación nunca antes alcanzado cobraron fuerza e impidieron que me dejase llevar. Todos los días se aprenden cosas nuevas, y ciertamente yo he aprendido en el último mes que soy mucho más cabezota y luchadora de lo que pensaba. Supongo que nunca había estado en una situación tan límite como en esta ocasión y he tenido que dar lo mejor de mí misma. Han sido unas semanas muy duras y de mucho sacrificio, pero finalmente todo ha salido bien. He conseguido cumplir con todos los objetivos marcados para este curso, aunque he tenido que modificarlos a lo largo del curso. Me imagino que a todos nos pasa de vez en cuando, que empezamos nuevos proyectos o retomamos antiguos retos y nuestros objetivos y expectativas son muchísimo más ambiciosos al principio y que a lo largo del tiempo de nuestra "lucha" se van degradando y dejan paso a la cordura y la lógica. Truncamos en parte nuestro objetivo final de película y lo acomodamos a algo más realista. Muchos creerán que es un signo de debilidad porque estamos renunciando a nuestro primer objetivo, pero lo cierto es que en ocasiones es sensato dar marcha atrás y marcarnos unas metas más realistas que nos ayudarán a priorizar nuestros objetivos y así conseguiremos evitar peores resultados, lo que podría ser muy contraproducente para muchos. Irónicamente he tenido que explicar esto muchas veces en los últimos meses, y, contrariamente a lo que esperaba, no siempre obtenía la respuesta esperada. ¿De verdad hay tanta gente que no lo entiende? ¿Estaré equivocada? Me he pasado las últimas semanas pensando en ello y creo que no me equivoco, al menos no me equivoco completamente. Yo creo que en ocasiones intentamos ser perfectos y se nos olvida que la belleza no está en la perfección y que la perfección no consiste en hacerlo todo bien a la primera. De hecho, la perfección en sí misma no existe, sino que es el resultado de fallar muchas veces, de cometer muchos errores para encontrar nuestro camino en la vida. Lo cierto es que en este loco y caótico mundo en el que vivimos actualmente se nos impulsa a obsesionarnos con la perfección absoluta en todos los sentidos, con saltarnos pasos y hacer las cosas directamente sin cometer errores, con acortar los caminos para lograr nuestros objetivos y resulta que en esos atajos perdemos lo más importante de la vida, que es luchar por conseguir nuestros objetivos. El éxito no se trata de conseguir muchas cosas en el menor tiempo posible, sino de luchar contra todas las barreras que nos encontramos por el camino, de dar pequeños rodeos que nos permitirán conocer a otras personas que de otro modo se habrían quedado por el camino, de ver distintas posibilidades a lo largo de nuestra "caminata" que nos servirán para aumentar nuestros conocimientos (tal vez no sea en el sentido que nosotros esperamos, pero siempre nos ayudarán) y nuestras miras. Una vida sin errores se podría decir que es una vida vacía porque nos estamos perdiendo tantas cosas, tantas personas, experiencias, pequeñas decepciones que se convertirán en grandes logros (mucho más valiosos) cuando logremos hacerlos realidad. ¿Cómo podemos decir que sabemos lo que es la vida si no luchamos por nuestros sueños? La vida es bella, pero nadie dijo que la vida es fácil. Vivimos en un mundo en el que la velocidad, la rapidez y la perfección nos rodean. Esa velocidad y esa rapidez nos impiden disfrutar de la vida, la verdadera vida. Nos olvidamos de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida y nos obsesionamos con ser mejores que los demás, y lo más probable es que en ese camino por conseguir ser los mejores perdamos nuestra humanidad. Nos olvidamos de que lo importante es aprender de los demás, así como de nuestros propios errores, de que las personas somos empáticas y que esa empatía nos impulsa a ayudar a los demás. Lo cierto es que nadie es perfecto y que en algún momento de nuestras vidas todos y cada uno de nosotros necesitamos ayuda de otras personas. Los que tenemos suerte podemos pedir ayuda a nuestras familias, con la certeza de que harán todo lo posible por solucionar nuestro problema de la mejor manera posible, pero en ocasiones la familia no puede ayudarnos, no porque no quiera o no sepa, sino porque simplemente no puede. No se trata de algo que pueda solucionar nuestra familia, y ahí es donde entran los amigos, e incluso gente ajena que no conocemos de nada, cuando la humanidad aparece y cobra forma. La vida trata de eso, de ayudar a quien nos pide ayuda, de pedir ayuda cuando la necesitamos y, sobre todo, de ser los suficientemente razonables como para saber que una de nuestras cualidades como personas, entre otras, es precisamente la capacidad de ayudarnos unos a otros y de sentir lo que otras personas sienten, de ponernos en el lugar de otros y sentir esa angustia, nerviosismo, alegría, euforia, ect. y es precisamente esta capacidad la que nos hace más humanos. ¿Cómo podemos decir que somos personas, que somos humanos si despreciamos esa capacidad especial que tenemos? Es como pedir peras al olmo. En ningún momento podemos olvidar que una de nuestras necesidades y capacidades prioritarias es ayudar a quienes lo necesitan. Os preguntaréis a qué viene todo esto. Veréis, como decía antes, yo he conseguido superar mis objetivos, pero una de mis mejores amigas no lo ha conseguido. No sé si tiró la toalla antes de tiempo y yo no lo supe ver, o que simplemente se dedicó a pretender estar bien y no pedir ayuda por orgullo, vergüenza o sólo porque no quiso distraerme y sacarme de mi camino. En cierto modo me siento culpable, no supe ver que necesitaba ayuda y que quizá sólo alguien que estaba pasando por la misma situación podía enterderla. Ambas estábamos en la cuerda floja y yo intenté hacerlo lo mejor posible. Esto os lo cuento porque a veces somos un poco insensibles o estamos algo sordos de cara a peticiones de ayuda silenciosas. Ante estas situaciones lo mejor es que quien necesite ayuda la pida claramente y en voz alta, y que quien está cerca y puede llegar a comprender a situación amplíe su visión y no dé por supuesto que quien necesita ayuda la va a pedir de la forma esperada. A veces una mirada, un comentario o simplemente mirarse a la cara y leerse el alma debería ser suficiente. Para generaciones en que la tecnología atrofia las habilidades sociales que tan necesarias son para una vida plena y una comunicación 100% efectiva estas señales se van perdiendo, incluso en relaciones amorosas o de profunda amistad. Es una pena que algo tan "simple" como la tecnología nos robe nuestra más preciada cualidad: la empatía. Todos, y digo todos, nos perdemos tantas cosas de la vida porque estamos pegados al móvil, la tablet, las redes sociales...¿Cómo nos vamos a ayudar unos a otros si no estamos pendientes de lo que de verdad importa? Es imposible que prestemos atención a todos los pequeños matices que hacen que la vida merezca la pena si nos pasamos el día pegados a una pantalla, obsesionados con complacer a gente que ni siquiera conocemos o que conocemos superficialmente. La absurda moda de los "selfies" es uno de los últimos inventos que nos distraen. Nos sacamos fotos y las colgamos en internet en un vano esfuerzo por encontrar la complicidad con personas sin tratar con ellas cara a cara. Es una de las actividades e ideas más absurdas que he oído en mi vida. Contamos nuestra vida diaria en una plataforma electrónica sólo porque queremos empatizar y conectar con personas que podríamos ver a diario, porque buscamos su aprobación de manera que nos haga sentir mejor pero lo cierto es que en muchas ocasiones mentimos abiertamente para ganarnos es aprobación cuando en realidad ya la tenemos, y podríamos verlo sólo con mantener una conversación cara a cara, con compartir un momento de compañía en que esa complicidad quedaría demostrada con un intercambio de miradas o una frase, una complicidad que no se basa en una serie de transmisiones electrónicas carentes de sentido. No digo que yo sea perfecta y que todo esto que os estoy contando no me afecte, yo también estoy enganchada a la tontería de los "selfies", aunque intento mantenerla a raya. Lo cierto es que intento mantener a raya mi uso de las nuevas tecnologías, de utilizarla sólo cuando es estrictamente necesario, aunque no siempre lo consigo. Intento mantener mis relaciones sociales en ambientes agradables y tranquilos para poder mantener una conversación agradable en la que compartir sueños, ilusiones, ambiciones pero también miedos, temores e inseguridades. Me aterra que los niños nacidos en este siglo sepan usar antes una tablet que unos lápices de colores, que se entretengan con videojuegos antes de aprender a saltar a la comba, pero también me da mucha pena que se pierdan los placeres de la vida como arrancar margaritas de un prado en primavera, disfrutar de las caricia del sol o de sentir la lluvia en la cara...en resumen, de disfrutar de pequeños placeres de la vida al quedar enmascarados por la atractiva influencia de la tecnología frente a la vida natural. ¿De verdad vais a permitir que algo así nos impida disfrutar de la vida? Dejad la pantalla del ordenador, olvidaos del correo electrónico, desconectad el móvil y disfrutad de la naturaleza. Con cariño os recomiendo que abráis los ojos al mundo que os rodea y os aseguro que os sorprenderá. Disfrutad del día. Hasta pronto pequeña familia :)