Días que vienen y días que van,
horas que pasan y semanas que se van. Sería muy sencillo y muy cínico decir que
así pasa la vida, pues entre esos días que vienen y van, esas horas y esas
semanas pasan muchas cosas, y aún así nos empeñamos en encerrarnos en un día a
día regido por la rutina, un día a día en el que las obligaciones nos ahogan y
nos arrancan el llanto desde lo más hondo de nuestro ser y de nuestra alma. Nos
dicen que venimos a este mundo a cumplir un propósito, pero nadie nos explica
en qué consiste. Cada uno tenemos que averiguar el nuestro, y en ocasiones nos
parece que estamos en lo cierto (por muy duro, doloroso e injusto que nos parezca,
por muchas lágrimas que nos arranque). ¿Qué hacer cuando vemos que no somos
capaces de cumplir el propósito que hemos venido a cumplir? Nos vamos muriendo
lentamente, una garra tenaz y oscura nos va desgarrando el alma zarpazo a
zarpazo, y nosotros seguimos empeñados (con más fuerza y empeño si cabe) en
cumplir ese objetivo. Queremos suplir la falta de una persona que se ha ido,
vivir su vida del modo en que ella lo hubiese hecho, tenemos la sensación de estar
viviendo una vida que no nos corresponde, una vida “prestada” y por eso nos
obsesionamos con hacer tal o tal cosa de esta manera porque ella lo habría
hecho así, nos obsesionamos con la perfección absoluta porque queremos que esa
persona esté orgullosa de nosotros. En ocasiones, hacemos promesas a gente que
ya no está con nosotros y nos obsesionamos con cumplirlas, las promesas son
sagradas, sin importar que esa o esas personas sigan o no con nosotros. Hablamos
con ellas (cada uno a nuestra manera) a diario, les pedimos perdón y nos
juramos que seguiremos adelante hasta cumplir nuestra palabra; y cada vez que
lo hacemos notamos que algo nos arranca un pedacito de nosotros mismos, pero
¿qué hacer cuando has forjado toda tu vida y tu personalidad en torno al hecho
de ser quien eres y estar donde estás, todo ello basado en una verdad que, aunque
parezca inofensiva, puede llegar a ser tu peor enemiga? Fácil, crisis
existencial. Si queréis que os sea sincera, no sé qué es peor. Vives tu vida
intentando demostrar que mereces la pena, que has sabido aprovechar las
oportunidades que te dieron, que puedes hacer muchas cosas y hacerlas todas
rozando la perfección. Pero llega un momento en que todo eso se desmorona. Toda
tu existencia y tu personalidad se caen, al mismo tiempo que lo hace tu muro de
protección. Decepcionas a la gente a la que desesperadamente pugnas por
impresionar, por orgullecer, y eso duele tanto que a veces uno no sabe qué
hacer. Se queda catatónico en una esquina tratando de mantener el tipo y de
encontrar fuerzas para seguir adelante. Es en esos días cuando levantas la
vista al cielo y haces dos preguntas, a cada cual más tétrica: “¿Soy lo
suficientemente buena?” “¿Estás orgullosa de mí?” Todo ello seguido de la
más dolorosa y sincera de tus disculpas: “Lamento no haber sido capaz de
cumplir mi promesa, y lamento no haber sido capaz de cumplir con tus
expectativas hacia mi”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario